sábado, 29 de agosto de 2009

PROSTITUCION MASCULINA EN CUBA


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Cuba:
Prostitución masculina, el otro mercado del sexo
Por Sara Más


La Habana, febrero (Especial de SEM).- Para algunas personas es un fenómeno apenas perceptible, para otras se trata de un hecho nuevo que carece de antecedentes notables en el país y hay quienes reconocen que existe, y ha existido, en sus más diversas variantes.

No obstante, el ejercicio de la prostitución masculina parece ser un fenómeno poco reconocido y del que apenas se habla en esta isla caribeña. Casi nunca se incluye en los reportes de prensa, dentro o fuera del país. Tampoco se le menciona con frecuencia en estudios ni investigaciones.

Cuando se invoca la práctica de la prostitución en Cuba, la mayoría de la gente toma como referente a las jóvenes que truecan favores sexuales por dinero, bienes materiales o diversión, pero pocas personas piensan, de inmediato, en el otro mercado del sexo: el de los varones.

“Es un camino fácil que han encontrado algunas mujeres, y hombres también, para resolver sus necesidades económicas y cumplir sus aspiraciones”, comenta un tornero de 48 años.

La suya es una entre varias opiniones captadas por SEM en un sondeo periodístico que, de agosto a noviembre de 2004, indagó sobre el asunto entre 200 personas de la capital del país, pertenecientes a todas las categorías ocupacionales.

Este acercamiento reveló, como tendencia predominante, que la población entrevistada identifica el fenómeno, fundamentalmente, con el sexo femenino. A la par, considera que, en el caso de los hombres, es más difícil de detectar porque ocurre, quizás, de forma más encubierta.

“La mujer es más abierta y el hombre tiende más a la discreción. Ella se expone, se muestra y él suele ser más reservado, hace sus contactos discretamente y por eso es difícil saber si se está dedicando al ‘negocio de la carne’”, comenta un dentista de 49 años.

Cuando se habla del tema, suelen aparecer las mismas reacciones que, años atrás, SEM encontró cuando indagó sobre la existencia de la prostitución femenina: no es un tema de agrado para dar opiniones y casi la totalidad de las y los entrevistados, desde afuera, toman distancia del fenómeno.

De las 200 personas consultadas, todas admiten que la prostitución es una práctica denigrante para los dos sexos y el 70 por ciento, fundamentalmente mujeres, no reconoce diferencias en su ejercicio por la población femenina y la masculina.

En cambio, el 30 por ciento aprecia disparidad en la manera de juzgar a quienes la practican. Al parecer, el contraste radica en que la mujer sufre más el peso de la censura. Entre otras frases, los integrantes de ese grupo aseguran que “la mujer que vende su cuerpo se rebaja”, además de que “ella es más mal vista”.

En tanto, las mujeres alegan que “casi nunca se habla de prostitutos”, aunque los hay, “se cuidan más y no se nota cuando están en algo”.

Al valorarlos, invariablemente afloran criterios que los favorecen a ellos. Para las 60 personas que no aprecian diferencias por sexos, al hombre que anda con turistas se le asocia más con el “vividor”, no con el “prostituto”.

A esto se agrega que la norma social y la cultura patriarcal le atribuyen al hombre cubano el ser “mujeriego, ligón y caliente”. De ahí que se asuma como “normal” que establezca relaciones con varias mujeres al mismo tiempo, incluso de mayor edad. Además, cuando se habla de prostitución masculina, en primera opción se la suele asociar más con la homosexualidad.

“Es más censurado el homosexual, pero el que anda con varias mujeres se ve como mujeriego y casi nunca reparas en que se está prostituyendo”, comenta una trabajadora por cuenta propia, de 47 años de edad.

De acuerdo con la percepción social, otro punto que marca distancias entre la prostitución femenina y la masculina es la figura del “chulo” o proxeneta, la única penada por la ley cubana, que no contempla sanciones para quienes venden favores sexuales ni para los y las clientes.

El sondeo de opiniones arrojó que, si bien la población le asigna al proxeneta el papel de dirigir el negocio, la mayoría (96 por ciento) reconoce su existencia como mediador en el mercado del sexo femenino, fundamentalmente.

El proxeneta es quien organiza los encuentros, fiscaliza los pagos y cobra por los servicios de su “protegida”. También se identifica como tales a quienes sacan ventaja del sexo pagado, incluidos transportistas y personas que les alquilan habitaciones.

“Pero en el caso de los hombres me parece que el proxeneta no funciona mucho, son más independientes, se buscan sus propios contactos”, opina un chofer de 48 años. Una jubilada de 65 concuerda con él: “Nunca he oído que haya proxenetas para hombres, parece que ellos se desenvuelven mejor solos”, acota.

No obstante, hay quienes no descartan la existencia del proxeneta en el ámbito de la prostitución masculina, aunque lo crean poco probable, al tratarse de una figura tradicionalmente asociada al “sexo fuerte, que exige y explota a la mujer”.

A juicio de un joven de 23 años, trabajador y estudiante universitario, “si existe un proxeneta para hombres será por otro tipo de negocios, no por superioridad o explotación”, conjetura. Un carpintero de 59 años, en cambio, parece más convencido cuando asegura que “es muy difícil que un hombre se deje dominar por otro en ese asunto. Si es atractivo, él mismo se busca las mujeres, casi siempre mayores y, por supuesto, extranjeras”.

Las historias propias y contadas por terceros revelan una gama muy diversa en el proceder de quienes, sin distinción de edades, pero fundamentalmente muy jóvenes, optan por ganarse la vida en el mercado del sexo pagado.

“Los hay desde los más burdos y directos, que salen a la caza de turistas, mujeres y hombres, en plena Habana Vieja, para proponerles una “noche especial”, hasta los más sutiles, que se acercan supuestamente a ofrecerte amistad o ayuda”, cuenta Dania Ramírez, una habanera con facciones europeas, a la que confunden frecuentemente con una extranjera.

Más de una vez Dania ha vivido experiencias semejantes. “Hola, ¿de qué país eres?”, le ha preguntado el mismo joven que, en tres ocasiones diferentes, la ha abordado en el mismo mostrador, en la misma tienda de alimentos que suele visitar, cerca de su casa.

“Ese es un lugar público, puede entrar cualquiera, pero ese muchacho siempre está allí, preguntando lo mismo y no es un empleado. No hace otra cosa que eso”, comenta la psicóloga que reside en el Bulevard de la calle Obispo, una de las arterias urbanas más concurridas y visitadas por los turistas en la capital y también por quienes asedian a los visitantes.

Los hombres que actualmente ejercen la prostitución en Cuba habría que encontrarlos en diferentes escenarios, sobre todo de la capital, a los que parecen haber llegado un poco después que las muchachas dedicadas a sus mismos menesteres, cuando en la pasada década de los noventa resurgió la prostitución en la isla, con el inicio de la crisis económica y el auge turístico.

El fenómeno, con características muy particulares en el caso cubano, se ha convertido en una de las principales preocupaciones de las autoridades locales, que han logrado controlar cíclicamente su brote y proliferación, pero no han conseguido eliminarla del paisaje capitalino y los principales polos turísticos.

Más a la vista suelen estar los llamados “pingueros”, eufemismo utilizado para no llamarlos por su verdadero nombre como, una década atrás, sucedió con las “jineteras”, en alusión a las prostitutas aparecidas por centros nocturnos y grandes avenidas.

Al describirlos, sobre todo las mujeres más jóvenes hablan de muchachos con muy buena presencia, sin hijos, nivel educacional medio o alto, indistintamente de la capital o del interior del país y que dominan, al menos, un idioma extranjero.

Como también ocurre con las “jineteras”, los “pingueros” (término que alude al órgano sexual masculino) visten a la moda, con ropa de marca, perfumes caros y pulóveres de mangas y talle corto, bien ceñidos al cuerpo. Suelen ser muy cuidadosos con su aspecto personal, incluido el peinado.

En no pocos casos ofrecen apariencia de personas delicadas, postura que les permite establecer rápida comunicación con homosexuales. Otras veces se muestran muy masculinos, si conviene al caso y andan a la caza de mujeres. Entre estos últimos algunas personas distinguen a los “jineteros” de raza negra, casi siempre tras las europeas.

Tampoco descartan la influencia del estereotipo que acompaña a la sexualidad del cubano. El mito del hombre latino y tropical, caliente, fogoso y muy sexual, les ha ganado fama, sobre todo entre las alemanas, nórdicas y otras mujeres llegadas de Europa. “Yo creo que ya existe una demanda en el exterior hacia el hombre cubano, como ocurre con las mulatas”, reflexionó uno de los entrevistados.

Pero no son esas, al parecer, las únicas variantes en boga. Encaramados en sus altos tacones, con faldas cortas y ropas ajustadas al cuerpo, los travestis merodean por algunas zonas de la capital y se les encuentra por estos días, bien entrada la noche y la madrugada, por la misma avenida que antes estrenaron las prostitutas.

Una de estas calles es la Quinta Avenida, en la zona residencial de Miramar, una vía rápida que da acceso a uno de los barrios residenciales de La Habana, donde se ubican firmas y negocios extranjeros, hoteles, centros nocturnos y restaurantes.

Sin embargo, no son sólo los extranjeros los que consumen el sexo pagado. “Yo he visto, de madrugada, cómo los carros con chapas particulares y estatales recogen a los travestis”, comenta a SEM un joven que vive en el reparto El Náutico, casi al final de la lujosa vía.

En el glosario de modos no faltan tampoco los que se casan con mujeres muy mayores, como una estrategia bien calculada y sin que medie el amor, con el único fin de irse del país o buscar una vida más fácil y cómoda.

De acuerdo con el 93,3 por ciento de las personas entrevistadas, el motivo que los mueve, a todos, es muy similar al de quienes ejercen la prostitución femenina: razones económicas, el deseo de mejorar materialmente, de tener dinero para satisfacer el consumo, de vivir bien, con comodidades, sin tener que trabajar.

Lo curioso es que, ningún entrevistado mencionó la ayuda familiar entre los posibles motivos de esa conducta por parte de los varones, como sí ocurrió en un sondeo anterior sobre las prostitutas cubanas.

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