miércoles, 6 de abril de 2011

CRISIS, CONFLICTOS Y CAOS SOCIAL

Crisis, Conflictos Y Caos Social

Autor: Andrés Simón Moreno Arreche

Teoría Del Caos Social / Capítulo 7: Crisis, conflictos y caos social / ISBN 9789801241312

Hemos afirmado en un anterior ensayo (Entropía, Información y Caos)que corresponde al Capítulo 2 del libro "Teoría del Caos Social",que en los sistemas sociales, así como en los sistemas naturales, la presencia y el consecuencial aumento de la entropía es un proceso constante.

La entropía social proviene tanto de la dinámica interna de las estructuras sociales como de medios externos a ella. Tales dinámicas caóticas están precedidas por una prolongada etapa de entropización, en las que se evidencian las contradicciones de forma y fondo, que conducen a estadios sociales totalitarios y centralizadores, que no son más que la evidencia palmaria de una controlentropía social, la cual colapsará ‘como históricamente ha ocurrido en el devenir de todas las sociedades: ‘endógenamente', para desembocar en su muy particular entropía y el consecuencial escenario de caos, a partir del cual se desarrollará un ‘bucle negentrópico' y nuevas o renovadas formas sociales surgirán, bien para dar respuesta a los orígenes del caos originario, bien para reafirmarlo en un retroceso histórico, usualmente incomprendido pero necesariamente útil para el crecimiento social de la sociedad.

Por ello, la entropía social es, por acción y definición, un fenómeno cíclico, complejo y dinámico, a partir del cual puede afirmarse que toda sociedad tiene en sí misma el germen de su diversidad, de su progresión, pero también del caos necesario para engendrarlo. Esta predestinación puede deberse a infinidad de factores, pero son los factores de orden político aquellos que más profundamente inciden en el desempeño entrópico y ulteriormente caótico de los conglomerados sociales.

1.- La lógica del caos:

¿Existe una ‘lógica del caos'? ¿Cómo dar explicación para lo que, de entrada y en apariencia no tiene juicio lógico? Esta dialéctica se da en un doble sentido: De una parte, el orden es una fuente productora de caos, como cuando varias docenas de huevos son mezclados con vigoroso entusiasmo por una batidora; allí, una causa de carácter regular genera un efecto turbulento, o en el caso de un excesivo orden social que provoca la transformación del sistema a partir del caos que brota desde la rebeldía y la inconformidad de quienes se sienten oprimidos, controlados y subsumidos. De otra parte y en sentido inverso, el caos es la fuente del orden, gracias a la intervención en el proceso, de lo que se conoce como un "atractor extraño", como los torbellinos que se van formando en un caudal torrentoso, o las imágenes, los conceptos y los pensamientos de todo género y procedencia que se agolpan, se atraen y se rechazan simultáneamente en los procesos de creatividad. En ambos ejemplos, la confluencia caótica de las partes ‘crean' un todo lógico y coherente: un río o una idea.

El caos suele evocar la idea de desorden, y a menudo ambos conceptos suelen emplearse como sinónimos. Esto sucede tanto con la idea vulgar del fenómeno como en la ciencia física, en la cual, a partir de la termodinámica, el caos evoca un fenómeno de desorden absoluto y así ha sido visto y tratado mediante el concepto de entropía, un concepto que ya hemos abordado con anterioridad y que ha hecho posible medir el fenómeno. Se encuentra en el concepto de caos activo de Prigogine. E incluso en las nuevas teorías persiste una acusada tendencia a este uso del término, como puede comprobarse fácilmente al leer los trabajos de sus autores más conocidos que ya hemos citado anteriormente, con énfasis en el Capítulo 1 (Venezuela y las Leyes del caos).

Entender el caos como un desorden es considerarlo en función del orden. Esto representa un punto de vista "copernicano" de la realidad, en el sentido de que se define el caos desde el orden de lo establecido, lo que no significa que sea desde la realidad, y esto es profundamente reductor de la complejidad. Pero ¿Es que el caos puede ser otra cosa que desorden? El matemático y escritor venezolano José Ramón Ortiz[1], agudamente ha escrito que el caos, que aparece en la base de toda ordenación del mundo, no debe ser confundido con el desorden, porque éste sólo puede concebirse a partir de un orden y el caos es un estado anterior a toda idea tanto de orden como de desorden. En realidad, el caos como desorden responde a una ideología según la cual desde el orden se "establece" el no-orden como desorden.

En la ciencia social ocurre algo similar. El antropólogo y sociólogo Georges Balandier[2] ha visto un paralelismo entre la búsqueda del caos de los científicos contemporáneos y el vocabulario posmodernista, particularmente con el concepto de desconstrucción. Se puede estar de acuerdo en que la noción del caos es armónica con las ideas del pensamiento autocalificado de posmoderno, pero no es aceptable el empleo que de ello hace Balandier, porque entiende la desconstrucción como desorden y destrucción, lo cual ha sido explícitamente rechazado por Derrida[3], introductor de este término.

Ahora bien, considerar el caos como desorden implica lógicamente también la existencia de un orden, que asimismo ha de ser absoluto. Y referido esto a las sociedades humanas, es una evidencia que en éstas ni se da el desorden total ni un orden perfecto. Este último es justamente la eterna aspiración de la literatura utópica, y no hay que olvidar que cuando las utopías se han intentado llevar a la realidad (y para esto están: no para llevarlas a la realidad, sino para intentarlo), como en el caso de New Harmony inspirada en las ideas de Owen[4], no han pasado del fracaso. Y si en vez del orden social nos referimos al orden mental, hay que hacer una reflexión similar. Bergeret[5], desde la psiquiatría, advierte que ninguna personalidad está formada absolutamente en orden o absolutamente en desorden, pues el orden mental corresponde a una buena adaptabilidad a las condiciones que en cada momento corresponden a las realidades interiores y exteriores del sujeto.

Desde la complejidad, la aparente ausencia de orden, dada por el caos, ya no resulta un fenómeno patológico sino un aspecto constitutivo de la realidad. La complejidad explicita, entonces, un orden radicalmente diferente a aquél en el que habitualmente tendemos a movernos por haber sido socializados en él. Un orden en el que la incertidumbre (llámese inestabilidad, espontaneidad o libertad) domina a la exactitud y a la certeza. Sin incertidumbre no sería factible la complejidad, del mismo modo que sólo en el silencio y la pausa son posibles, esto es, emergen y tienen sentido, la voz y la palabra.

Para observar una aplicación práctica en la sociedad, volteamos la mirada hacia el continente africano, pletórico de riquezas y de potencialidades de todo tipo pero sólo percibimos el caos social que generan varias naciones africanas viviendo en condiciones deplorables y de permanente inestabilidad política. Los grupos tribales disputan territorios y las instituciones son una mascarada inútil, porque no representan los anhelos de nadie. Crearlas, construirlas y ponerlas al servicio de esas sociedades lleva demasiado tiempo (comparado con la inmediatez de las necesidades y de respuesta que exigen esos conglomerados humanos) y cuando se ha podido hacer algo, generalmente es el resultado de una paciente y sostenida reversión cultural en hacer de ellas verdaderos instrumentos de desarrollo. Están inmersas en el vórtice. Sus conglomerados viven en caos.

Finalizada la prolongada etapa de la entropización de los sistemas sociales, llega irremediablemente el caos. Los esfuerzos por impedirlo que se enfrentaron al proceso que lo produce (la ‘controlentropía') ceden inevitablemente. Unas veces de manera progresiva y con una manifiesta resistencia al cambio. Otras, con ostensible inmediatez y violencia. De eso vamos a disertar en los próximos párrafos, porque el caos -en tanto que fenómeno social que integra una secuencia de hechos- posee unas manifestaciones previas, que hemos llamado ‘disparadores' que pueden ser identificadas antes, durante y a posteriori de los eventos.

Previamente definiremos al caos como concepto abstracto, y al caos social como manifestación de la dinámica de las sociedades y para ello intentaremos dar respuesta a unas inquietudes básicas, y a otras cuestiones que inevitablemente surgirán desde la dinámica expositiva de los hechos. ¿Qué es caos y cómo se instrumenta en los conglomerados sociales? ¿El caos genera nuevas dinámicas o determina la parálisis operativa de los conglomerados sociales? ¿El caos es un desconcierto anárquico de la sociedad o un nuevo orden, especial e indefinido? ¿Cuáles son y cómo se identifican los ‘disparadores caóticos' sociales?

2.- El caos y su instrumentalización en los conglomerados sociales

En la primavera de 1968 se produjo en París una violenta insurrección contra el gobierno central, conocida como el "mayo francés". Grupos de choque estudiantiles se lanzaron a las calles rompiendo todo lo que encontraban a su paso. Exigían mayor presupuesto educativo, eliminación de toda forma de autoridad y libertad para acceder a los dormitorios femeninos en las universidades. Dirigidos por el agitador alemán Daniel Cohn-Bendit[6] y apoyados por el filósofo Jean-Paul Sartre[7] -exponente del existencialismo marxista- plantaron banderas rojas en los bulevares y en las plazas colgaron enormes afiches con los rostros de Marx, Trotsky, Fidel Castro y el "Che" Guevara.

Durante varias semanas armaron piquetes, levantaron barricadas, quemaron automóviles, saquearon comercios, incendiaron el edificio de la Bolsa, arrasaron ministerios y produjeron tal cantidad de destrozos, que las calles de Paris parecían haber padecido los estragos de una guerra. Simultáneamente, los sindicatos de izquierda declararon la huelga revolucionaria paralizando totalmente al país. La población estaba aterrorizada por tanta violencia y anarquía. El aquelarre duró hasta que el General De Gaulle decidió reprimir a los subversivos, disolvió la Asamblea Nacional, convocó a nuevas elecciones y con el 60 % de los votos impuso la ley y el orden. A principios de junio de 1968 el movimiento revolucionario se agotó en sí mismo.

Este episodio histórico marcó profundamente a los agitadores del mundo entero, pero la marca que acompañará por siempre a este movimiento social de masas es el contenido de los grafitis que embadurnaron las paredes de los más bellos y emblemáticos edificios públicos y privados de París. De ellos, destacamos tres: "Le desordre c´est moi" ("El caos soy yo"), "Interdit d´interdire" ("Prohibido prohibir") y "L´imagination au pouvoir" ("La imaginación al poder").

Tal vez la historia nos recuerda constantemente que el caos es la base de todo nuevo orden. Leonardo Boff[8] ha sostenido la siguiente afirmación, que tomamos como referente y que asumimos como extraordinariamente válida:

"El caos es la base del nuevo orden" (pertenece...) "... a la vertiente que cree posible salir del conflicto estimulando los elementos positivos del desorden."[9]

El caos, en cuanto nueva y peligrosa estrategia de los movimientos revolucionarios sobrevivientes del comunismo y de otros movimientos de carácter religioso, fue uno de los puntos de mayor preocupación y análisis, en los últimos años de su fecunda vida, del eminente pensador católico y hombre de acción brasileño, el profesor Plinio Corrêa de Oliveira[10]. El caos es un tema que cada vez más se muestra como una llave para comprender el sentido profundo de los trágicos hechos vividos y padecidos por la humanidad durante la segunda mitad del Siglo XX, y que han marcado el inicio de este tercer milenio.

Corrêa de Oliveira se distinguió por sus impresionantes previsiones sobre la realidad social, política y religiosa de Brasil y del mundo, muchas de las cuales se fueron cumpliendo a lo largo de las últimas tres décadas del pasado Siglo, demostrando un innegable espíritu profético. Desde 1928, como joven líder católico, luchó con su palabra y con sus escritos para defender su Iglesia y la civilización cristiana. A partir de la década del 30, denunció el izquierdismo que comenzaba a infiltrarse en la Iglesia y los movimientos del nazi-fascismo en el continente americano. El tema del caos en cuanto instrumento revolucionario siempre estuvo presente en sus observaciones. En su obra maestra "Revolución y Contra-Revolución" (1959) Corrêa de Oliveira afirma que...

"... encarados superficialmente, los acontecimientos de nuestros días parecen una maraña caótica e inextricable, y de hecho lo son desde muchos puntos de vista". (Sin embargo, añade) "... es posible discernir resultantes, profundamente coherentes y vigorosas, de la conjunción de tantas fuerzas desvariadas". (En efecto...) "... al impulso de esas fuerzas en delirio, las naciones occidentales van siendo gradualmente impelidas hacia un estado de cosas que se va delineando igual en todas ellas, y diametralmente opuesto a la civilización cristiana". De donde concluye que la crisis contemporánea "... es como una reina a quien todas las fuerzas del caos sirven como instrumentos eficientes y dóciles".

A partir de la segunda mitad de la década de 1980, en sus análisis de la situación sociopolítica y religiosa internacional, Corrêa de Oliveira pone mayor énfasis en su advertencia de que los acontecimientos van entrando de manera cada vez más acelerada en ese caos con apariencias de espontaneidad, pero con una implacable coherencia interna: la meta definida de destruir los restos de la civilización cristiana. Un caos que, de acuerdo con su visión, al mismo tiempo dificulta las previsiones y los llamados de alerta, parece tornar vana la lógica, debilita los sanos principios y anestesia las reacciones de la opinión pública.

Según señaló en numerosas conferencias y en textos como "Cuatro dedos sucios y feos" (1983), intelectuales de izquierda y hasta teólogos de la liberación pasaron a ver el caos como un nuevo y eficaz instrumento de revolución social, después de la crisis del comunismo evidenciada con la caída del Muro en Berlín. En su estudio "Los dedos del caos y los dedos de Dios" (1992), el Profesor Corrêa de Oliveira percibe que las perspectivas sociales que proyecta el caos podrán dejar abrumada y aturdida a más de una generación; un caos en cuyas entrañas más profundas no deja de discernir "fulguraciones engañosas del propio demonio", según afirmó en su artículo "La inmovilidad móvil del caos".

Surge una pregunta por demás desestabilizadora: ¿Es posible salir de un conflicto social estimulando los elementos positivos del desorden, que de acuerdo a la cosmología post moderna, están representados en el caos? Ya Erich Fromm[11] se preguntaba hace algunos años cómo es que el hombre logra superar ese sentimiento de otredad (separetness) entre el yo y el otro; pero no experimentando al otro como un total extraño a mi circunstancia, sino como el otro que, en su íntegra alteridad, exoticidad, es parte de mí, en cuanto que es parte de la unidad del ser humano: la humanidad.

Fromm planteaba que el amor es la manera como el hombre logra superar esta situación, entendiendo al amor no como un objeto, sino como una facultad que hay que desarrollar Pero ¿Qué tiene que ver eso con el objeto el caos social y su instrumentalización? Veamos:

Hace ya casi dos años que Paul Virilio -uno de los filósofos de la postmodernidad que ya hemos citado en anteriores ensayos- esbozó su teoría referente al problema del terrorismo y la guerra en Afganistán, evento que asumió como representativo de la situación geopolítica en todo el Oriente Medio. La principal demanda de este filósofo era, textualmente:

¿Debemos evitar que de la guerra se pase al caos total?

Pero hay otro enfoque, igual de válido, sobre la inferencia del caos en los fenómenos sociales. Este enfoque sostiene que cuando un grupo social o político se cree por encima de cualquier institución a la que ataca y destruye permanentemente (como parte de su acción proselitista) se instalan en la sociedad el caos y la anarquía, que generalmente terminan por acabar con quien los impulsa.

Para los que respaldan esta teoría, la lógica del caos es simple y se resume en que no reconoce nada de lo hecho con anterioridad; quienes propician el caos no se someten a ley alguna porque no creen en el estado de derecho. Se asume que promueven sus intereses particulares sobre los generales, ridiculizando o menospreciando a las instituciones que existen con anterioridad, irrespetando el orden y la jerarquía. Quienes así piensan confunden caos con anarquía (uno de sus disparadores)

Crisis económicas y caos social

Luego del monumental trabajo coordinado por Giovanni Arrighi y Beverly Silver, Caos y orden en el sistema mundo moderno[12], hay argumentos suficientes para concluir acerca de la relación entre las crisis y las luchas sociales y alumbrar algo más la situación actual del sistema capitalista. En efecto, el estudio sostiene, con abundante información comparativa, que la mal llamada la crisis económica comienza a raíz de una oleada de militancia obrera fabril en los años 60, que fue capaz de pulverizar el modelo fordista-taylorista de sujeción y control de los trabajadores. La actual coyuntura puede leerse, bajo esa óptica, como una consecuencia de larga duración de aquella oleada de movimientos que forzaron al capital a mudar, transmutándose de capital productivo en capital financiero especulativo.

Más allá de un debate, siempre necesario, sobre cuestiones teóricas, vale la pena detenerse en ese enfoque, ya que puede contribuir a una mejor comprensión del movimiento real que está sucediendo ante nuestros ojos. La primera cuestión es que no son las crisis las que motivan la acción social sino al revés: la movilización, la ruptura de los controles, es lo que provoca reacomodos en el modo de dominación, forzando a los de arriba a introducir cambios controlentrópicos, no sólo en el terreno de la economía sino cambios societales que abarcan todos los aspectos de la vida. Por eso mismo no podemos hablar, en rigor, solamente de crisis económica.

En la década de los años 60, la oleada de militancia obrera fue apenas una expresión, importante, decisiva, pero una más, de una profunda oleada nacida en el subsuelo de las sociedades que pugnaban por la transformación. Mujeres, niños, jóvenes, campesinos sin tierra, obreros no calificados, indios, negros, y un largo etcétera, literalmente pusieron en jaque los modos de dominación establecidos en la familia, la escuela, la localidad rural y urbana, la fábrica, la hacienda, la universidad. La crítica al patriarcado se manifestó también en el rechazo al poder del profesor, del capataz, del varón blanco de clase media, en fin, un proceso democratizador antiautoritario que minó los modos de dominación y, por tanto, de acumulación de riquezas excedentarias.

En segundo lugar, esa oleada nació y se manifestó por fuera de los cauces establecidos y de las instituciones, entre ellos los partidos comunistas y los sindicatos. André Gorz[13] hablaba, en el terreno fabril, de la existencia de una verdadera guerrilla obrera fuera del control sindical, que provocó ingentes pérdidas a los empresarios.

En tercer lugar, los ciclos de protesta y de movilización no sólo cambian el escenario político-social sino también a los propios movimientos. Por eso, los movimientos que protagonizan un ciclo suelen ser un obstáculo en el ciclo siguiente porque se han institucionalizado, pasaron a formar parte de la cultura del poder y han incrustado sus mejores cuadros en el sistema que un día combatieron. Un verdadero ciclo rebelde crea nuevas organizaciones, pero también nuevos modos de luchar pero sobre todo, nuevos paradigmas para concebir el cambio social, o la revolución, o como cada uno quiera llamarle.

Los procesos profundos y verdaderos nacen de y en las periferias, nunca en el centro del sistema, tanto a escala planetaria como a escala microbiana y también a escala social. Una muestra de esto la tienen los zapatistas. Ellos acuñaron el concepto del más abajo para referirse a ese sector social donde nace la revuelta. Así como en los años 60 fueron los obreros no calificados, las mujeres y los jóvenes la fuerza motriz de las luchas, en América Latina en el periodo neoliberal fueron los sin: los sin derechos, los sin tierra, los sin trabajo. Fueron ellos, los que no tenían nada qué perder, quienes estuvieron a la cabeza de la deslegitimación del modelo. ¿Quiénes serán los principales protagonistas durante la actual crisis, o en la más inminente? Aquí aparece un nuevo tema, ya que el sistema ha trasladado los modos de control fuera de los espacios de disciplinamiento tradicionales, como forma de dominar los territorios de la pobreza, allí donde no llegan los estados, ni los partidos, ni los sindicatos.

Estas nuevas formas de control, por lo menos en América Latina, se llaman planes sociales. Son herederos de las políticas focalizadas hacia la pobreza creadas por el Banco Mundial para contrarrestar el desmontaje de los estados benefactores durante el periodo más crudo de las privatizaciones. Ahora se han ampliado y perfeccionado. Alcanzan a alrededor de 100 millones de personas sólo en Latinoamérica (50 de ellas en Brasil), o sea el núcleo de los más pobres. Los gestores de esos planes son a menudo cientos de miles de ONG que conocen en detalle los territorios de la pobreza, que son a menudo los territorios de la resistencia. Son la punta de lanza de estados capilares que buscan desorganizar e impedir levantamientos y sublevaciones sociales.

Por lo tanto, serán aquellos colectivos y sujetos capaces de neutralizar el control que ejercen los planes sociales, los que vayan a protagonizar las nuevas, necesarias e imprescindibles oleadas de protesta, porque, bien sabemos, la crisis no tiene salidas económicas sino políticas. Una política social que irrumpe desde abajo, enraizada en las periferias urbanas y rurales; una política diferente, no institucional, asamblearia, tumultuosa, incierta. ¿Caótica?

3.- ¿Caos o ‘Caología'?

Cuando el etnocentrismo aplasta la generosidad sin fronteras y utiliza los intereses del poder jerárquico, con el uso de las armas y la acumulación material, ocasiona miseria y desesperación. No hace otra cosa que profundizar la crisis controlentrópica que antecede al caos. Una crisis que usualmente se inicia con la escasez de los recursos naturales, prosigue con el descalabro de una economía con su creciente especulación y se manifiesta abiertamente con la tendencia a una hegemonía global. Estos son los componentes que disparan la crisis sociales, orquestadamente o cada uno por si mismo, con la suficiente fuerza destructiva para conducir a una enorme catástrofe. Estos elementos en conjunto conforman una bomba de tiempo más devastadora, desde la perspectiva de las estructuras sociales, que la suma de las bombas atómicas de las "superpotencias" del mundo actual. Hablamos de una bomba de tiempo que crece en la medida que la resolución de la crisis es retardada, en manos de las fuerzas que pugnan por prolongar la controlentropía de los conglomerados que hacen vida en una sociedad.

Como resultado, las primeras fases de la catástrofe social no se manifiestan abiertamente como conflicto directo y evidente, sino con una multiplicidad de signos anárquicos, aparentemente descontextualizados, para luego hacerse inevitable. Mucho antes de explotar sobre todas las estructuras social-biológicas, se da paso a una serie de pequeñas y focalizadas crisis, la mayoría constantes y recurrentes y con conflictos de rápida manifestación y resolución aparente, que literalmente ‘explotan' y generan destrucción de los nichos naturales de la periferia social, usualmente en los estratos menos favorecidos, o en aquellos grupos que por una u otra razón han sido estigmatizados de algún modo. Es la eclosión social que se transforma en base y núcleo de un caos generalizado y de proporciones globales.

Por eso afirmamos que todo proceso caótico puede dar lugar a un enorme cambio si se le permite la supervivencia aunque sea insignificante en apariencias, y de allí, desde el caos, el cambio conduce a una probable corrección fundamental del curso de los acontecimientos sociales, en concordancia con una cosmología más consciente. Por eso el planteamiento inicial del epígrafe ¿Es el caos (que aquí definimos como un motorizador de las catástrofes de cualquier género) un proceso que dinamiza los cambios -y por ende, el crecimiento- o un freno que paraliza o ralentiza el desenvolvimiento de la sociedad?

Caos, crisis y catástrofes tienen, desde lo conceptual hasta lo instrumental, no sólo injerencias clave, también importantes aportes epistemológicos que permiten dilucidar el orden, la concordancia y los procesos a partir de los cuales se manifiestan los cambios evolutivos en las estructuras sociales.

Caología, una nueva ciencia social

Comencemos esta aproximación epistemológica con las palabras de Briggs y Peat[14]

"...el término científico «caos» se refiere a una interconexión subyacente que se manifiesta en acontecimientos aparentemente aleatorios. La ciencia del caos se centra en los modelos ocultos, en los matices, en la «sensibilidad» de las cosas y en la «reglas» sobre cómo lo impredecible conduce a lo nuevo [...] La cultura científica que desde hace cien años nos domina cada vez con mayor intensidad –algunos dirían que incluso somos sus prisioneros– ve el mundo en términos de análisis, cuantificación, simetría y mecanismos. El caos nos permite liberarnos de esas limitaciones. Si sabemos apreciar el caos, podemos empezar a ver al mundo como un flujo de modelos animados con giros repentinos [...] la idea se aplica desde la medicina y la economía, hasta la guerra, las dinámicas sociales o las teorías de cómo se forman y cambian las organizaciones. El caos está dejando de ser una teoría científica para devenir una metáfora cultural. En cuanto a metáfora, el caos nos anima a cuestionar algunas de nuestras creencias más queridas y nos incita a formular preguntas acerca de la realidad."

Para un número cada vez mayor de personas, el mundo se percibe como un lugar en el que crece el caos y esto se ha acentuado junto con el aumento del ritmo del paso del cambio. Para otros, el caos no existe y el caos que se manifiesta en el orden natural de las cosas, como en el otoño, lo perciben como el deterioro natural y ordenado del ciclo de la naturaleza. Pero siempre es posible encontrar el caos dentro del orden, aunque para ello debamos informar a nuestra percepción con nueva indagación del entorno o con un conocimiento más profundo de la naturaleza humana, y con ello, poder percibir el orden dentro del caos aparente.

La caología surge como una nueva disciplina que, teniendo como antecedente el desarrollo impresionante de la física cuántica y su principio de indeterminación o incertidumbre, así como las matemáticas que la fundamentan y se desprenden de ella; ha experimentado un desarrollo acelerado planteando una serie de conocimientos que empiezan a aplicarse en diversas disciplinas como la física, la biología, la astronomía, la geografía, la medicina y más recientemente en las ciencias sociales. El planteamiento central de esta nueva concepción nos indica que el desorden, la turbulencia, la desorganización y lo inesperado son aspectos constitutivos de una realidad que la investigación científica tiene que abordar y desentrañar. El caos está presente en el universo, en la naturaleza y también en la sociedad y ejerce una "fascinación" que ha dado lugar al surgimiento de lo que algunos consideran como "una de las principales invenciones que han revolucionado la historia de las civilizaciones"[15

Desorden nuestro de cada día, danos tu caótica bendición...

¿De dónde viene la atracción de la sociedad por el orden? Todo se remonta a la Revolución Industrial y su paradigma de la eficiencia de las máquinas, y los mandatos del paradigma del modelo taylorista de la fabricación en serie, que ordena los procesos según un reparto de las tareas. Pero mucho antes, fueron los dogmas religiosos quienes difundieron la tesis del orden social como dogma místico, de modo que, fuera por la norma de la organización social o por el episteme dogmático, la persona desordenada enfrentaría serios problemas.

Pero en el desorden no todo es negativo, como lo comprueban y sostienen figuras de la ciencia, de la literatura o de la política, que en su vida pública y privada fueron desorganizados contumaces. Un ejemplo gráfico y notorio fue el escritorio de Albert Einstein. Era un caos absoluto y en alguna ocasión defendió públicamente su desorden con afirmaciones como ésta:

"Si una mesa abarrotada es síntoma de una mente desordenada, entonces ¿qué debemos pensar de un escritorio vacío?"

Alexander Fleming es otro ejemplo de ‘desorden productivo'. Se fue de vacaciones sin ordenar ni limpiar su laboratorio y al regresar encontró moho en su cultivo de bacterias, lo que le permitió descubrir la acción antibiótica de la penicilina.

¿Otro ejemplo? El célebre psicólogo suizo Jean Piaget. Piaget vivía en un completo caos, y cuando se afirma que era un ‘caos total' no se exagera. Los papeles y los libros llegaban hasta el techo de casi todos los ambientes de su casa, porque nunca se pudo comprobar si las salas sanitarias también estaban atiborradas de papeles, libros o notas. Piaget sostenía que lo suyo no era un desorden improvisado, sino el fruto de años de desorden acumulado, que había bautizado como "orden vital". Él mismo justificaba ‘su' desorden con esta sentencia:

"Pierdo menos tiempo buscando algo cuando lo necesito que ordenando todos los días".

El dramaturgo inglés Thomas Middleton recurría a la ironía para justificar su falta de orden:

"Una de las ventajas de ser desordenado es que uno está continuamente haciendo nuevos y excitantes descubrimientos".

En la actualidad, son muchos los que defienden el desorden como estilo de vida. Uno de ellos es el profesor Robert Fogel[16]. Un día este académico se dio cuenta de que en su despacho en la Universidad de Chicago había una acumulación de papeles cada vez mayor. Cuando vio que ya no había sitio para trabajar, decidió instalar un segundo escritorio al lado del que tenía, que con el tiempo volvió a estar igual de cargado que el primero. Asimismo, cuentan que el arquitecto Frank Gehry[17], cuando los contratistas del Museo Guggenheim de Bilbao le preguntaron cuál era el plan de acción que tenía para proseguir con el ante proyecto que le fue aprobado, su respuesta los desconcertó: Contestó que "ninguno". La displicente y perturbadora respuesta indicaba que el arquitecto no estaba preocupado tanto por la precisión de los ángulos o las dimensiones exactas del edificio, porque se concentraba en la impresión final que causaría su obra ante los ojos de los visitantes. El resultado es una obra de arte arquitectónico impresionante, única, vanguardista.

Psicólogos, sociólogos y docentes se preguntan cada vez con mayor preocupación por qué una persona es desordenada. Evidentemente, existen varias teorías que pueden aportar luces, aunque sea parcialmente y desde distintos enfoques, pero todas coinciden en asumir que hay individuos que no necesitan tener control de su entorno y prefieren improvisar sobre la marcha. Otros, en cambio, son paradójicamente demasiado perfeccionistas: piensan que no disponen del tiempo necesario para hacerlo todo a la perfección, con lo que la desidia acaba por imponerse.

Eric Abrahamson y David H. Freedman, autores de "Elogio del Desorden" (Gestión 2000 Ed.)[18], asocian el caos a la creatividad y la flexibilidad. Abrahamson es profesor de teoría de la organización en la Universidad de Columbia pero se define como una persona desordenada.

"Si uno se para a ordenar cada rato, tampoco podrá avanzar. En cambio, existe un punto medio donde el rendimiento es más eficiente: el del desorden óptimo",

Según él, las personas (y las empresas o las organizaciones) rinden al máximo cuando consiguen mezclar en su vida diaria el orden y desorden hasta alcanzar "una situación única, original y difícil de copiar". Con la justa dosis de confusión, sostiene que... "... se descubren relaciones entre cosas yuxtapuestas que de otra manera hubieran sido difíciles de ver".

Un filósofo moderno eleva su voz para respaldar desde "el conocimiento de los saberes" la preeminencia del desorden por sobre el estigma social del orden. Es Daniel Innerarity[19], quien afirma en su análisis de "El Elogio del Desorden" cómo uno de los enemigos del saber es el excesivo orden, lo que según su perspectiva incide negativamente con la posibilidad de innovar:

"Se ha intensificado la conciencia del desorden y la irregularidad. Cada vez se da más importancia al desorden, al disenso y a la crítica. Las organizaciones se disciplinan de manera excesiva y eso ahoga la innovación"

En su opinión, el desorden es paradójico:

"... ya que se consigue aplicando reglas, lo que significa elegir entre una variedad de ellas; sin embargo, ninguna contiene normas acerca de su aplicación, por ello el cumplimiento de unas supone el incumplimiento de otras"

Para este filósofo, el hecho de que ninguna regla contenga en sí misma el método de su aplicación significa la ejecución de altas dosis de creatividad para seguirla, un enfoque que corrobora con esta sentencia:

"Ninguna regla, si quiere ser eficaz, tiene que prever su excepción en orden a su propia elasticidad y fortaleza"

Daniel Innerarity afirma que para innovar es necesario preparar a los futuros innovadores a enfrentar la dialéctica de la excepción, porque...

"... quien piense que el orden de las cosas sólo se consigue con la superación del desorden, y que éste es un fallo o una carencia, estará incapacitado para gestionar adecuadamente los procesos complejos. Es necesario orquestar el orden y el caos en un equilibrio especial porque los sistemas dinámicos e innovadores no aceptan el orden excesivo, porque produce anquilosamiento y perplejidad por falta de creatividad."

Sostiene que el orden implica domesticación parcial del desorden, lo que exige una cierta tolerancia frente a la excepción. A esto se debe el hecho de que la gestión mediante la excepción sea cada vez más exigente. Innerarity lo resume todo en una frase tremendista, evidentemente tomada de alguna lectura de Karl von Clausewitz:

"El orden es la continuación del caos por otros medios".

El individuo desordenado, lejos de arrastrar debilidades, cuenta con varias ventajas a su favor. En tiempos cambiantes, como los actuales, se adapta mejor, de forma más drástica y con mucho menor esfuerzo. En cambio, los sistemas o las personas ordenadas son muchos más rígidos, lentos, tienen que seguir protocolos establecidos y los cambios que introducen suelen ser lentos y pequeños. Abrahamson y Freedman citan un caso real ocurrido en Estados Unidos de dos quioscos de periódicos, situados uno enfrente del otro: uno amontonaba diarios al azar, el otro era muy ordenado. El primero sobrevivió, el segundo cerró, porque se gastó dinero en personas extra para ordenar revistas, colocarlo todo bien, llevar a cabo inventarios informáticos… y quebró porque los costes superaban los beneficios.

Los números parecen respaldar en parte estos argumentos. La consultora Ajilon Office, firma especializada en investigación de los lugares de trabajo, ha revelado un dato interesante: después de varias encuestas en distintas compañías, ha comprobado que los que viven en un caos en su oficina cobran un sueldo anual que es casi el doble que el de los empleados que conservan la pulcritud en su mesa de trabajo. Hay más: según un sondeo de la Universidad de Columbia, la gente que afirma mantener un escritorio "muy limpio" acaba dedicando un 36% más de tiempo para encontrar los documentos que busca respecto a los que lo dejan "bastante desordenado".

¿Cómo es eso posible? Según el psicólogo y consultor alemán Stephan Grünewald[20], cada persona sabe gestionar el desorden con su propio código:

"Los papeles más importantes siempre están localizables en las zonas más calientes del escritorio, mientras que los documentos inútiles emigran, casi por sí solos, a las zonas más frías de la mesa, como si estuvieran guiados por una mano invisible. Imponer a estas personas otro tipo de orden podría causar estrés, además de producir ineficiencias".

Seguro que muchos de ustedes han podido experimentarlo: por lo general, el trabajo más urgente suele permanecer encima del montón, mientras que los documentos secundarios tienen la tendencia a permanecer ocultos en la base de la pila. Lo que tiene perfectamente sentido.

En efecto, cuando se habla de desorden, todo es relativo: una persona puede ordenar una colección de discos compactos, del más favorito al menos favorito y alguien que observe la estantería puede tener problemas para determinar en qué orden están, y, por lo tanto, concluir erróneamente que están mal colocados. Asimismo, se puede tolerar caos en el dormitorio pero al mismo tiempo tener inmaculada la cocina. Luego existen algunos matices que introducen variados sesgos en el análisis definitorio de lo que es, o debe ser, una persona desordenada. Veamos: Existen personas que son ordenadas en el trabajo, pero un desastre en la casa y viceversa. Puede ser que en la oficina, ante la presión social, sea muy pulcro, pero cuando está en la casa relaja el autocontrol y se sienta cómodo en la confusión.

Algunas disciplinas encuentran en el desorden su lógica forma de ser: por ejemplo, la improvisación, un valioso recurso que estimula la creatividad del pensamiento, permite a un grupo de músicos de jazz crear su propia música y estilo, además de modificar la canción en cualquier momento para conectar con el público. Manuel Almendro[21], psicólogo clínico autor de Psicología del Caos[22] cree que...

"...En nuestra época se está abusando demasiado del control. Actuamos de forma mecánica, según la lógica causa-efecto y de esta manera perdemos la intuición y las variables intersubjetivas. Con la manía del orden, se está tapando la emergencia de algún miedo"... "el desorden tiene una gran importancia: engendra diferencias, pero a su vez emergen nuevos órdenes y todo el sistema se regenera".

Esta teoría la sostiene el neurólogo Jerrold Pollack, del Centro de Salud Mental Seacost:

"La organización total es un intento fútil de negar y controlar lo impredecible de la vida".

Por supuesto, hay que establecer distinciones básicas: desorden no significa descontrol. El secreto consiste en no exagerar el desorden:

"Cuando nuestra vida no va bien, perdemos los objetos de forma sistemática, no rendimos en el trabajo o entramos en conflicto con nuestra esposa o nos echan del piso… O no conseguimos cumplir los proyectos que teníamos previstos. Entonces hay que volver atrás", advierte Freedman.

Encontrar la fórmula ideal entre la organización sistemática y el desorden absoluto es considerado por algunos especialistas, un arte. Con todo, no es una tarea fácil, como lo afirma Freedman.

"Es casi imposible saber las ideas que potencialmente podrías conseguir introduciendo más desorden. Y es difícil saber cuándo hay que romper las reglas y el sistema de organización vigente, porque es algo que por naturaleza o educación no solemos detectar. Por eso, yo siempre animo a las personas a que se arriesguen. Leer varias cosas a la vez, hacer asociaciones impensables… De este caos puede salir alguna buena idea. Seguro". Esta es, para Freedman, la Ley del Desorden.

Si nos detenemos para analizar el concepto secuencial de la vida (desde las manifestaciones microscópicas más elementales, hasta aquellas que escapan a nuestra capacidad de ponderación y análisis) descubriremos muchos más motivos para aceptar el caos y el desvalimiento consiguiente, que el mismo orden, más aún cuando sabemos confiadamente que un nuevo orden aparecerá, no importa tanto que las condiciones iniciales sean complejas o simples. Es que, más común de lo que imaginamos, una gran complejidad social puede anunciar el surgimiento de un nuevo orden simple. Viceversa, también ocurre: un simple y a veces imperceptible suceso provoca modificaciones complejas y profundas en el seno de las estructuras sociales más tradicionales dentro un conglomerado humano.

Para los "caólogos" que hemos citado, el azar es determinante en la manifestación de diversos fenómenos y procesos del universo, y, sin embargo, éstos no son tan azarosos como aparecen a simple vista. Mitchell J. Feigembaum[23], quien es uno de los pioneros en esta disciplina, afirma que "estamos llenos de caos", la belleza es "esencialmente caótica", la forma de las nubes también lo es. La ciencia del caos es para él...

"... el estudio del desorden, del comportamiento irregular de las cosas determinísticas, ésas que sabes cómo se comportan de un instante a otro, y sin embargo, sus movimientos se convierten en algo irregular, errático, y dan la sensación de que se producen al azar. Y en realidad, lo que ocurre es que no suceden por azar".

Comprender fundamentalmente por medio de las matemáticas los procesos que están detrás de lo azaroso, de lo irregular y lo incierto es encontrar el orden del desorden y constituye el principal afán de quienes, en los diversos campos de la ciencia, adoptan esta nueva perspectiva.

Cuando el caos nos alcance...

Visto de este modo, el caos que se manifiesta en las estructuras de la sociedad no es más que la consecuencia natural de fenómenos subyacentes o evidentes que han decantado en forma de crisis. La crisis antecede al caos, lo prefigura aunque no lo identifica. La perspectiva que se abre para explorar ampliamente en las ciencias sociales, a partir del caos conceptual en el que se encuentran actualmente, puede conducirnos hacia nuevas puertas de acceso al conocimiento de procesos y fenómenos insospechados e impredecibles.

En el caso de situaciones turbulentas y de crisis política, la transición de la que tanto se habla no necesariamente sigue un solo camino, lineal y determinístico, sino que, por el contrario, las posibilidades son muchas, las opciones múltiples en tanto que los factores que están presentes conforman una realidad compleja, en donde la cultura, vista desde una perspectiva fractal, adquiere una relevancia fundamental, en tanto generadora como reproductora de estructuras auto-similares que replican en sí mismas el ejercicio del poder a todos los niveles de la sociedad, pero también como una contracultura que genera procesos de auto-organización, que cuestionan y se oponen al poder establecido. Tal podría ser el caso de las llamadas Organizaciones No Gubernamentales, que desarrollan redes sociales en la sociedad civil, usualmente redes de resistencia y de oposición, que se auto-reproducen en todo el tejido social, desde los deudores de la banca hasta las organizaciones vecinales y ciudadanas, para cogestionar y simultáneamente codirigir las fases entrópicas que anteceden al necesario vórtice social.

4.- Crisis: El pecado social originario.

Afirmamos en la culminación del epígrafe relacionado con el caos, que la crisis lo antecede y además, lo prefigura, aunque no lo identifica totalmente. ¿Habrá una relación concomitante entre crisis y caos? De ser así ¿Qué crisis producen cuáles caos en los conglomerados sociales?

Conceptualmente, una crisis no es más que una situación crucial o decisiva, una coyuntura de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada aunque inestable, sujeta a evolución y que involucra un cambio abrupto o decisivo. Particularmente preciso es este concepto cuando lo proyectamos a la crisis de una estructura social. Allí, los cambios críticos, aunque previsibles, siempre están ligados a algún grado de incertidumbre, en relación a su ejecución, a su reversibilidad o grado de profundidad, y a sus consecuencias. Si los cambios sociales son profundos, súbitos y violentos traen consigo consecuencias trascendentales que van más allá de la crisis y se pueden denominar ‘cambios revolucionarios'.

Así conceptualizada, la crisis se manifiesta como un evento estresante, emocional y hasta traumático, que cambia o modifica sustancialmente la vida de las personas, a propósito de cualquier conflicto que al no resolverse, llega a su más alto nivel de tensión y desencadena eventos que modifican el equilibrio social.

Las crisis sociales tienen el efecto de desacreditar las posturas y las ideas precedentes, bien porque han colapsado en su capacidad de generar esperanzas o cumplir promesas, bien porque el sujeto o institución que las promueve han agotado el proyecto social, económico y político, creándose un retro-bucle social que induce la crisis. En los escenarios negentrópicos, la crisis predispone favorablemente a la opinión pública a conceder a quienes acceden al gobierno un amplio mandato para actuar sobre la emergencia, y es por ello que instalan un sentido de urgencia que fortalece la creencia de que la falta de iniciativas sólo puede agravar las cosas; en estas circunstancias, los escrúpulos acerca de los procedimientos más apropiados para tomar decisiones ceden el paso a una aceptación tácita para la toma de decisiones extraordinarias.

Algo que hay que tener muy presente es que algunas crisis son "pseudo-crisis"; es decir, pueden ser inexistentes, ya que no se sustentan en hechos reales, pero son "creadas" a conveniencia de ciertos intereses. Con frecuencia, este tipo de crisis se polemiza en los medios de comunicación, con consecuencias internas y externas significativas para las organizaciones e instituciones en ellas involucradas. Así vistas las crisis artificiales –siempre temporales, nunca permanentes– son resultado de la combinación de detonadores que incluyen factores primarios y accesorios, amenazas y percepciones, y los objetivos de actores sociales y organizacionales en un tiempo y lugar específicos.

Pero las crisis no sólo agudizan los problemas colectivos sino que generan, además, un extendido temor por el alza de los conflictos sociales y amenazas al orden institucional. Todo ello amplía los márgenes para la acción de los líderes de gobierno e intimida a las fuerzas de oposición. Cuando los mecanismos que las crisis ponen en movimiento se combinan, se genera una demanda de gobierno que permite echar mano a los recursos institucionales necesarios para concentrar en la autoridad cualquier decisión para adoptar políticas e imponer un trámite expeditivo a su promulgación.

Una crisis social puede ser la consecuencia de un hecho medioambiental a gran escala, especialmente aquellos eventos traumáticos o catastróficos que implican un cambio abrupto. Por sí mismos, estos eventos provocan una crisis que traspasa las fronteras de lo eminentemente geográfico, para provocar un conflicto dentro de las organizaciones de la sociedad. No nos vamos a referir a este tipo de evento, sino a las implicaciones de la crisis que se manifiesta en las diferentes estructuras sociales que pueden desembocar en un escenario caótico. Tampoco nos referiremos a la crisis como fenomenología del caos individual, (ya hemos abordado parcialmente este asunto en el epígrafe anterior) ni a sus referentes mitológicos helénicos o románicos.

La coyuntura de cambios que se pueden presentar en cualquier aspecto de una realidad organizada, está sujeta a una evolución de acontecimientos. Cuando estos acontecimientos son críticos, es decir cuando violentan la estructura ética y socialmente aceptada del comportamiento de las personas y de las instituciones en las organizaciones sociales, provocan un determinado estado de incertidumbre y la resolución -o profundización- de esos eventos traen inexorablemente consecuencias trascendentales para la sociedad. En este punto decimos que esa sociedad ha entrado ‘en crisis', o lo que es lo mismo, que ha iniciado (bien endógenamente, bien por factores exógenos) un proceso de reacomodo que identificamos como ‘entropía social', transformación que se enfrenta de manera inmediata con los antígenos institucionales de dominio, mando y de gobierno que hemos llamado ‘controlentropía'.

Crisis y conflictos ¿Lo mismo pero diferente?

Para proseguir, es necesario despejar la diferencia conceptual entre crisis y conflictos, así como también los procesos inherentes al manejo de las crisis y la gestión de los conflictos. Comencemos por lo fundamental: El conflicto social.

Los conflictos sociales son procesos que se apoyan en las relaciones históricas de antagonismo entre los miembros de una misma organización societal o con otras organizaciones y/o sociedades en pugna con aquéllas, cuyo proceso (palabra clave... anótela por ahí) tiene profundas raíces culturales, religiosas, políticas, étnicas, económicas ¡y hasta cosmológicas! Los conflictos sociales usualmente manifiestan apreciaciones dicotómicas: empresas versus trabajadores; pobres versus ricos; tradicionalismo versus modernismo; y un largo etcétera de conflictos sociales que significan trances de manifiesta hostilidad entre grupos de personas. Mientras los conflictos sociales son procesos que tienen contradicciones estructurales, institucionales y hasta culturales en sus orígenes, las crisis son eminentemente coyunturales, referidas a circunstancias específicas y cuya beligerancia y trascendencia en el seno de una organización social está determinada por el lazo coyuntural que posea la crisis ante la opinión y el convencimiento de los actores involucrados.

¿Y el caos, el caos social? ¿Nace de una crisis? ¿Lo provoca un conflicto? Paciencia... Que todavía hay mucha tela por cortar entre crisis y conflictos, y muy probablemente Usted llegará a responder estas tres preguntas mucho antes de que yo le de mi concepción. Por eso debemos, usted y yo, seguir la ruta epistemológica que nos conducirá a contrastar nuestras opiniones.

Las crisis son, por ensayar una aproximación conceptual, conflictos en estado de latencia. Están ahí, vigentes y presentes en los individuos y en las sociedades, como en animación suspendida. Nacen, crecen y se reproducen en el pre-consciente colectivo, esa instancia de la psicología social que se nutre de la opinión, los gestos, las actitudes y los prejuicios de las personas cuando actúan ‘en sociedad', vale decir, en la inter relación con ‘los otros'. Cuando una crisis pasa el umbral de la evidencia, entonces se manifiesta como conflicto y los procesos controlentrópicos se concentran en la solución de los problemas de fondo, una actividad que le está negada al ‘manejo de la crisis', porque la administración de las variables de la crisis sólo se enfocan en el análisis y la resolución de las razones puntuales que provocan la crisis. Un Doctor, especialista en Medicina General lo explicaría así: El manejo de la crisis atiende los síntomas de la enfermedad social, mientras que la gestión de los conflictos provee el tratamiento de las causas.

La dicotomía crisis – conflicto genera una confusión operativa, pues muchos analistas pretenden abordar la resolución de conflictos con los enfoques y las herramientas con los que se maneja una situación de crisis. Los conflictos son procesos sociales plurietápicos, siendo la crisis una de esas fases. Incluso en el desarrollo de un conflicto social pueden aflorar varias y diversas crisis, no necesariamente de la misma intensidad ni con la misma importancia, como tampoco se presentan de manera simultánea, ni involucran, necesariamente, a los mismos actores. Puede suceder, pero no es en el común de los conflictos.

Retomemos el planteamiento inicial: ¿Cuáles crisis, que derivan en conflictos, producen cuáles caos en los conglomerados sociales? Se han caracterizado al menos seis tipos de crisis sociales, a partir de su tipología: Crisis de posicionamiento, crisis ideológicas, crisis reformistas, crisis ambientalistas, crisis reinvindicacionistas y crisis compensatorias. Pero también las crisis se categorizan a partir de sus creadores. En este escenario encontramos cuatro tipos de actores: Los activamente involucrados, los pasivamente involucrados, los activamente ignorantes y los pasivamente ignorantes.

Para simplificar la percepción de cómo la crisis y los conflictos anteceden al caos, vamos a caracterizar a las crisis sociales en dos tipologías: Las que surgen por accidentes u omisiones provocadas por el hombre y que pueden servir de incentivo para el surgimiento de demandas y reivindicaciones sociales (aunque no estén vinculadas con el desastre original), y las crisis sociales generadas por el relacionamiento social, que surgen como parte de la interacción entre los miembros de una sociedad, y que se pueden sub-clasificar en previsibles, como los cambios políticos y las huelgas, y en sorpresivas cuando los factores que desencadenan la crisis no son identificables a priori.

Protocolos operativos de la crisis y el conflicto

Se asume que cualquier controversia social es la discusión, en debate civilizado, de cualquier polémica o litigio, que fundamenta la argumentación de las partes sobre la dialéctica de la propuesta y la réplica de puntos de vista opuestos, en relación al tema controvertido; mientras que las disputas sociales se desarrollan sobre soluciones a las que se puede llegar a partir de un acuerdo negociado. Ambos escenarios (la controversia y la disputa) dirimen las crisis mediante procesos de mediación y concertación, siempre que las rivalidades se mantengan dentro del marco del diálogo y no lleguen a los niveles de hostilidad que imposibiliten la negociación.

Pero cuando la negociación de la controversia social no genera una solución satisfactoria para las partes involucradas, o no produce una disolución de las causas que generaron la polémica, se profundiza la disputa y surge una crisis. Las crisis sociales están asociadas a la hostilidad, al enfrentamiento y a la agresión física, por lo que generan violencia y rompimiento del orden público. ¿Cuál es el baremo que determina que una controversia se transforma en una crisis, y ésta en un conflicto? ¿Quién califica de crisis a una controversia irresoluta? En casi la totalidad de los casos, son los mismos involucrados en la controversia quienes la asumen de una u otra forma. También inciden en la calificación del evento las autoridades civiles, los medios de comunicación y todas las organizaciones sociales involucradas, que se sienten identificados con mayor o menor intensidad de compromiso, con todas o alguna de las partes en controversia. Cuando se asume que la dinámica de la controversia se transforma en una ‘crisis' o en un ‘conflicto', dicha identificación toma el control del evento y es asumido como tal ‘crisis' o cual ‘conflicto, aunque los actores estén o no de acuerdo con dicha identificación.

Toda crisis social, cuando progresa hasta ‘conflictuarse', se manifiesta como un acontecimiento en espiral, que se crea y se refuerza con la percepción y las acciones concretas de los integrantes de un conglomerado, categorizado como un evento perturbador que posee o genera un determinado descontrol institucional. En este estadio perceptivo, las apreciaciones se desvirtúan y las percepciones subjetivas se dan por válidas, así como inevitables los elementos que provocan la crisis. Para que la espiral de la crisis prosiga su escalada y se transforme en un conflicto abierto y generalizado, es conditio sine qua non que las causas que lo genera se expandan mucho más, que se generalicen, para incluir a la mayor cantidad de personas, lo cual provoca una primera respuesta de la institucionalidad organizada que detenta el poder controlentrópico: Se destinan recursos para la disolución del conflicto.

De acuerdo con el tipo de amenaza con la que se le asocie, las crisis sociales pueden transgredir la estructura básica de las instituciones o quebrantar el corpus legal y los valores fundamentales de las organizaciones y de la sociedad. La evaluación que se hace de la gravedad y el tipo de amenaza que provoca la crisis es lo que provoca una respuesta institucional, que no es la misma si la crisis afecta bienes comunes (vías de comunicación, infraestructura pública, etc.) o si afecta la seguridad y en definitiva la vida de los ciudadanos. La magnitud del riesgo y la trascendencia de la amenaza son los parámetros para cualificar el impacto que la crisis provocará.

Mientras la institucionalidad procura la restauración del orden, la espiral de crisis social se dispara, la comunicación natural y anteriormente fluida entre individuos, grupos y estructuras se interrumpe o se ralentiza dramáticamente, se endurecen las posiciones entre los que el conflicto enfrenta y se consolidan los grupos ‘de defensa'. Aparece el problema y con él, la percepción de un ‘no-control' que degenera en caos.

Vista desde una perspectiva economicista, la crisis genera costos; unos medibles y otros invisibles. Los costos pueden ser medibles por pérdida de producción, inversión, comercio e impuestos. También son cuantificables por la destrucción de la infraestructura (y los costes involucrados en la reconstrucción), por la destrucción de vías de comunicación y por la merma de los presupuestos, que previo a la crisis se destinaban a educación y a otros servicios básicos, pero que se destinan a enfrentar las pérdidas y otros efectos financieros provocados por la crisis.

Pero son los costos invisibles los más difíciles de identificar y de reponer, porque la crisis incrementa la frustración y provoca un profundo sentimiento de inseguridad. Aumenta la sensación de indefensión ciudadana y reduce la cohesión de la unidad social. Afecta negativamente la solidaridad y la cooperación, y crea un clima de incapacidad para actuar colectivamente por la marginalización de diversos sectores que luego se abstienen de participar en la vida productiva del país porque la crisis social se manifiesta con un alto grado de incertidumbre.

Paralelamente, la crisis provoca un aumento no contemplado en ‘gastos paliativos' para atender a las demandas sociales de quienes por una razón u otra se consideran –o realmente son- víctimas de esa crisis. A estos costes se le suma el ‘intangible negativo' de la pérdida de prestigio internacional y el aumento de otras tensiones sociales que en teoría pueden convertirse en vórtices sociales que desencadenen nuevas y más profundas crisis.

Las crisis sociales involucran un conjunto de factores intervinientes, que como variables exógenas, afectan los niveles de riesgo y las oportunidades de resolución. Estos factores a tomar en cuenta son las emociones, las relaciones de poder, el factor tiempo y las reacciones de quienes de una manera u otra se ven involucradas en la crisis y sus consecuencias. Las crisis sociales son eventos emotivos, que a medida que la crisis se desarrolla, pone de manifiesto los sentimientos de los que participan en la controversia vuelta crisis: Impotencia ante el escenario, sentimiento de pérdida o vacío espiritual, frustración e incompetencia, venganza y hasta una elevada resistencia al cambio. El nivel de las emociones retroalimenta la crisis e incrementa su intensidad para asegurar su continuación evolutiva hacia la fase siguiente: El conflicto.

Identidad cultural y crisis social

Algunas organizaciones edifican su identidad cultural y social sobre una crisis. Otras generan crisis a partir de sus postulados originarios y la perseverancia de la crisis es un elemento de vital importancia para ellos. En ambos casos la comprensión de los factores y del origen de la crisis y de los modos y maneras en que se maneja esa crisis está subordinada al nivel emotivo de los individuos implicados. El manejo de una crisis implica, entonces, el reconocimiento de los tipos y niveles emocionales que la provocaron y de los que la alimentan.

Pero la comprensión de un estadio social crítico se obstaculiza cuando alguno de los actores -o la totalidad de ellos- insisten en darle al evento una interpretación fatalista, en la que se identifican a sí mismos como víctimas de otras personas, organizaciones o de instituciones, e incluso víctimas de circunstancias indeterminadas e indefinibles que señalan como ‘el destino'. Se está ante una cultura de victimización, y es ella la que determina con su intensidad y grado de compromiso las condiciones que se interpondrán para disolver el cuadro crítico o finiquitar el conflicto. Esas condicionantes no son otras que las compensaciones, las reparaciones y las disculpas que los actuantes auto victimizados esperan les sean resarcidas para deponer sus actitudes y conductas, y como requisito para que retorne la paz social alterada.

Básicamente, las crisis perturban las posiciones de poder, tanto individuales como grupales porque sus consecuencias inmediatas y a mediano plazo afectan el orden político. En circunstancias determinadas, la aparición y la beligerancia de una crisis pueden ser atribuidas a un reajuste de poderes en el que la violencia juega un papel protagónico. El asesinato de Julio César, el guillotinamiento de Maximilien de Robespierre o el ajusticiamiento de Benito Mussolini (por poner sólo tres ejemplos notorios de la historia política universal) son muestra de esa violencia, nacida en el crisol de una crisis y cuyo resolución violenta generó, en cada uno de los tres casos ejemplificados, profundos conflictos que luego desembocarían en caos generalizado.

El tiempo es uno de los factores críticos para analizar y comprender cualquier crisis. Nos referimos no al tiempo histórico, sino al tempora exsecutionis de los involucrados, que al fin de cuenta condiciona el propio tiempo. Este factor les impone a los actores de la crisis la adopción de mecanismos de análisis y de planeamiento previos al evento. Para quienes se oponen a cualquier crisis, vale decir, para quienes ejercen el poder controlentrópico, asumir el tiempo de la crisis es vital para evitar que ésta se profundice y con ello se derive en un conflicto abierto.

Normalmente se asume que las crisis son acontecimientos sociales de carga negativa, transgresores de la paz social y por ello se les considera como eventos de alto riesgo, generadores de estrés colectivo, circunstancias inesperadas e incertidumbre. Como se trata de eventos no programados esto tiene implicaciones sin precedentes de adversidad que requieren la asunción de decisiones instantáneas. La complejidad y la fragmentación que se produce en la toma de este tipo de decisiones (nos referimos a las decisiones para enfrentar, desde la institucionalidad a las crisis sociales de carga negativa) usualmente quebranta la comunicación y provocan en las audiencias una percepción de ‘black-out' informativo.

Pero algunas crisis sociales, específicamente aquellas que involucran en sus consecuencias una combinación más o menos equilibrada de alternativas de resolución positiva y negativa, ofrecen una incalculable

http://www.articuloz.com/monografias-articulos/crisis-conflictos-y-caos-social-3162534.html

Sobre el Autor

Comunicólogo estadounidense con residencia en Venezuela. Licenciado por la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas como Comunicador Social (1975). C.E.O. de Creatividad Estratégica C.A. donde realiza asesorías para la imagen y la identidad corporativa de empresas y corporaciones y diseña campañas persuasivas para personalidades, ONG's y partidos políticos. Profesor universitario y escritor. Es autor de 5 novelas, 2 libros de cuentos breves y 5 de poesías, así como también de dos ensayos: 'Teoría del Caos Social' y 'Leyes y Principios Estratégicos de la Guerra Comunicacional', sobre los que versan sus conferencias internacionales.

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