LA GLOBALIZACIÓN, SUS VERTIGINOSOS CAMBIOS
Y
LA
DEMENCIA PROGRESIVA DEL CONSUMIDOR
Mario, desde el momento en que llegó a este mundo,
nació siendo un consumidor compulsivo sin estar consciente de ello y sin
desearlo; sus padres se encargaron de introducirlo en la sociedad de consumo en
la que le tocó nacer.
En la medida en que iba creciendo, Mario sentía florecer
dentro de su ser una fascinación cada vez más grande por las mercancías que
miraba a su alrededor y que le hacían identificarse con ellas, despojándose por voluntad propia de su identidad individual, a la cual sólo recordaba vagamente, como algo que alguna
vez fue suyo, pero que de hecho, nunca lo fue en realidad.
Jamás imaginó, que tal situación había sido
generada por la producción masiva de mercancías y por el bombardeo incesante de
imágenes, olores, sonidos, texturas y sabores publicitarios que lo incitaban a
consumirlos sin ningún control, pues de no hacerlo, le decían una y otra vez,
estaría “out”.
Hoy, que estaba frente a su hijo recién nacido, al
cual miraba a través del cristal de esa sala de maternidad ricamente adornada
por brillantes y abundantes objetos, le vinieron a la mente recuerdos que
mantenía escondidos en su subconsciente.
Lo primero que llegó a su mente fue cuando le
pusieron el ajuar de recién nacido, luego de haber recibido el primer
golpe en la vida que le hizo lanzar un alarido de dolor y patalear
desesperadamente intentando regresar al lugar de donde había salido.
Le pareció escuchar la voz de su madre cuando le
dijo a la enfermera “aquí están los pampers que quiero le ponga, es lo último
en pañales para recién nacidos que hay en el mercado”. Ello le hizo comprender,
que desde su más tierna infancia, su vida había estado atada a los objetos, los
cuales le hacían consumirlos desesperadamente, dónde paradójicamente, los
objetos no eran las víctimas, sino que eran sus más despiadados victimarios.
El tiempo, que aparentemente había permanecido casi detenido
durante muchos años, de pronto, a partir de fines del siglo XX, comienza a
moverse con mayor rapidez, lo cual le
producía un pánico atroz, de ahí que deseara desesperadamente ser formado en
competencias que le permitieran asir todos aquellos objetos y que pronto
desaparecían de manera vertiginosa y sin dejar huella a su paso.
Se decía a sí mismo, “ponte trucha”, todo es fugaz
hoy en día, sí quieres estar “in” debes consumir el producto antes de que deje
de estar “a la moda”. Fue en este momento, cuando le vino a la mente el día en
que compró su primer coche nuevo por allá en el año de 2010, el cual había
dejado de ser “del año” antes de terminar el año, pues a mediados del 2010, ya
había aparecido en el mercado el modelo 2011. Su vecino ya tenía ese modelo,
por tanto, pensó, debía de cambiar en lo inmediato su auto.
La obsolescencia precoz de los objetos, los hace
que surjan y desaparezcan rápidamente cual si fueran hermosas pero fugaces
estrellas. Lo que lo hizo pensar, en que quizás, necesitara hacer un alto en el
camino y reflexionar en su futuro y en el de su hijo.
Tenía la sensación de estar perdido, vivir en esta
sociedad cada vez más compleja y consumidora de productos "chatarra" le provocaba angustia, cosa que le desesperaba.
Se sentía asfixiado entre tanta gente, pero al mismo tiempo desolado al no
poder comunicarse asertivamente con los demás, a quienes veía como seres
extraños que utilizaban formas y reglas de comunicación diferentes y desconocidas.
Esa incertidumbre generada por los cambios
enloquecedores que se daban en todas direcciones y en todo momento, le
provocaban estados de pánico, que lo hacían buscar desesperadamente algo en que
anclarse para no ser arrastrado hacia “quién sabe dónde”.
Por un lado,
sentía la imperiosa necesidad de consumir para satisfacer sus crecientes
necesidades creadas por la sociedad.
Esta hambre de consumir lo que fuese, con
tal de satisfacer sus deseos cada vez más extravagantes, es lo que lo impulsó a
reflexionar y aprender que en todo debe de haber límites, que no podía seguir
por la misma ruta que llevaba.
Llegó a la conclusión de qué tenía que sacrificar sus deseos de consumir
por consumir, sí es que quería salir avante y permanecer vivo y cuerdo.
Qué no por consumir ciertos productos iba a ser el más listo o el
más guapo; qué siempre habrá otros que lo serán aún sin consumir esos productos.
Se dijo a sí mismo, la globalización capitalista, ha contribuido
enormemente para que la sociedad haga sentir al individuo como un ser desolado,
sin referentes culturales, sin nacionalidad, sin tradiciones o costumbres y anclajes
que logren asentarlo en un lugar que sienta como propio.
Fue entonces, cuando le vinieron de pronto a la mente recuerdos de
cuando sus padres lo llevaban todos los domingos a misa de las 7 de la mañana,
pero ya entrando a la juventud, dejó a sus padres que fueran solos a la iglesia
por preferir jugar al Nintendo con sus amigos.
Con nostalgia reconoció que su generación y las más
recientes lo han tirado todo por la borda y se han quedado prácticamente sin
nada, llegando al grado de que los niños de hoy sólo asisten a misa cuando son
bautizados, consumen sushi en vez de tortas, o bien, se la llevan pegados a la computadora chateando con sus amigos sin tener el mínimo respeto por las más elementales reglas gramaticales u ortográficas.
En este punto de su reflexión, Mario reconoció que uno de los
grandes problemas que enfrentamos en la sociedad actual es el exceso de
información, de ahí que debamos aprender a gestionarla para no quedar
desbordados y ahogados en ese mar de datos que nos llegan continuamente y que
nos invitan a consumir desaforadamente productos nuevos que nos llegan en
cascada y que están programados para tener una obsolescencia precoz.
Por tal motivo, esbozando una
irónica sonrisa, Mario entregó a la enfermera
el paquete de pañales tarareando la canción “Don't worry…be happy… be
huggies”, diciéndose para sus adentros: "el único pañal diseñado en cuidar la delicada piel del recién nacido, especializado por género y etapas de desarrollo de mi bebé".
Finalmente se
retiró del lugar pensando en que mañana sería otro día, pero seguro estaba de
que debería de buscar las formas de salir de esa vorágine consumista en la que
se encontraba sumergido para que su hijo aprendiera a valorar a las personas,
no por los objetos que consumían, sino por los valores éticos y morales que posean.
Culiacán,
Sinaloa, verano de 2013.
Antony Peper
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