lunes, 13 de julio de 2009

EL ROSTRO DE LA IGNOMINIA





EL ROSTRO DE LA IGNOMINIA

El timón que Eustaquio Buelna primero y que después “El granito de oro” tomara en sus manos, ha quedado cubierto de ignominia. Estudiantes callados, maestros y trabajadores sometidos a una ley “mordaza”, es la herencia que se ha dejado a las futuras generaciones.

Saber que más adelante, esa herencia de la que he sido testigo mudo, se multiplicará hasta el infinito, me tiene cabalgando raudo hacia mi infortunio; Sostengo en la mano derecha el documento que una exalumna me entregó con la más solemne frialdad, no vi en su rostro emoción alguna, no sentí congoja de su parte, ni siquiera lástima o vergüenza. ¿Existe algo más doloroso en el corazón de un profesor?

Ahora la veo caminando al lado mío y pronto tomará posesión de su nuevo papel y será partícipe en los usos y costumbres de nuestra institución; cuanto más pienso en aquello, mas deseo no haber sido profesor. Mis compañeros se entremezclan impasibles, mientras da inicio el ominoso espectáculo, no les reprocho su actitud, es parte de la herencia recién estrenada.

La curiosidad me llama a observarle, pero tengo miedo y opto por mirar hacia otro lado, donde puedo atisbar ese sepulcro de almas muertas; mis pocos amigos están del lado izquierdo mío, impotentes, pensando a lo mejor, en diversos destinos; de repente me viene a la mente aquellos seres de voluntad tan sólida como las raíces de las palmeras que eligieron rechazar el protocolo tradicional y honrar la voluntad de los oprimidos; si tuvieran la oportunidad de elegir nuevamente, estoy seguro que los vería cabalgar a este lóbrego sitio, donde la muerte es más satisfactoria que vivir en el oprobio sofocante de los desatinos manifiestos.

Acomodo las sillas vacías que están a mi lado, mientras el recinto se va colmando de almas felices por el ansiado triunfo recién obtenido. Las mayorías llegan con sus mejores galas, las que combinan con los pendientes y aretes de oro y plata, tan brillantes y hermosos que evocan felicidad, paradoja de quien las usa, acaricio mis raídas ropas brillosos por el uso, jamás sentí tanta opulencia, jamás sentí tanta aflicción.

El rechinar de dientes de la elegida, hace caer mis pensamientos a la arenosa realidad, ya no estamos lejos del final del bochornoso espectáculo, observo el rostro de algunos participantes, solo unos cuantos, que quieren quebrarse en llanto, pero desconocen como hacerlo, siento en sus miradas el abrazo consolador que hace tolerable la travesía.

Tengo miedo de verme como uno de aquellos, abandonados al suplicio de vivir en la ignominia, que yacen en las escuelas y oficinas viviendo de la mendicidad, famélicos de amor, humillándose por unas cuantas monedas mientras dan gracias al ungido por la misericordia mostrada.

Recuerdo el rostro de muchos profesores al ser despojados de todos sus bienes y de toda dignidad al no dejarse aplastar por la botas del dictadorzuelo. Cuatro años atrás había sido despojado de mis derechos contractuales y académicos por una mercader de la educación que le entregó a mi lider sindical dos tiempos completos, un año sabático y sendos contratos para sus hijos.

Las pocas ocasiones en que tuve contacto con los líderes sindicales, sus rostros me decían lo que hasta ahora pude entender. A una de ellas, la volví a ver recién estrenando su flamante puesto sindical, la que haciendo gala de su nuevo rostro neoliberal y dictatorial, lucía un rostro acartonado, con llagas purulentas que se habían convertido en parte de su fisonomía, descalza de todo decoro y dignidad, sin memorias de su ignomioso pasado, sin identidad ideológica, solo pidiendo unas cuantas monedas para pagar sus favores.

Cuantas veces he maldecido la decisión tomada ¿acaso no es mas fácil sufrir unos instantes que agonizar toda una vida?Hemos llegado al fin de lo acordado, el fulgor en los ojos de la gente aclama por el ritual llameante, mientras la exalumna se prepara entusiasmada para la ceremonia; doy paso a mirar a la congregación de profesores, cierro un poco los ojos al mirar al escenario para hacer más tolerable la impresión de haberme convertido en el más profundo de mis temores, me observo, toco mi piel, las sinuosas arrugas que son las veredas del dolor y el puñado de cicatrices que estos rituales han dibujado con esmero.

Se ha terminado el ritual, los tempestuosos gritos de la multitud vociferan con escalofriante deseo de muerte –“viva la ungida, viva la elegida”- un gran clamor de aullidos y bramidos amalgamados con música me lanza fuera del local de las adulaciones.

Observo por última vez a la exalumna, portadora de un nuevo papel, camino por el brilloso piso que choca con mis desgastados zapatos, me alejo del lugar, me abandono de mi mismo, llenándome de imágenes que no puedo enfocar ante mis ojos, la agonía es lenta, siluetas que comen mi carne me jalan a la oscuridad, mis ahogados gritos de dolor son festejados por los congregados, quienes en el éxtasis del dolor ajeno, festejan su pírrico triunfo.

Culiacán, Sinaloa, Verano de 2009
Antony Peper

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